domingo, 7 de junio de 2009

Naza

Gracias por tantas cosas...

Sueños...


Se le había ido media vida sin darse cuenta. Perdiendo el tiempo en buscar la felicidad sin darse cuenta de que, probablemente, nunca sería más feliz de lo que ya era hoy. Pero el ser humano tiene esa estúpida manía de torturarse a si mismo y esperar siempre algo que seguramente nunca llegue. Atrás quedaban sus días de juventud, cuando ese brillo especial en sus ojos sugería que ya no necesitaba nada más. Recordaba con nostalgia esos años en los que no tenía nada pero lo tenía todo. Le daba igual todo lo que pasara a su alrededor, porque ella llenaba todos los huecos del mundo.
Cuando la veía, la vida pasaba de blanco y negro a color. Esa sonrisa provocaba más placer que la más potente de las drogas. Le daban igual las noches de luna llena, porque la más estrellada y luminosa noche la encontraba en los negros ojos de ella. Ningún terciopelo o seda podía estremecerle con mayor satisfacción que el roce de su piel. Besarla era sumergirse en una húmeda cascada de aguas claras y templadas que le limpiaban el alma. Le extasiaba su sabor, el sabor de sus besos, el sabor de su cuerpo. No hubiera comido nada más que ella el resto de su vida, el manjar de su sexo.
Tuvo tanto miedo a perderla que la perdió. No en todos los aspectos, pero sí en la mayoría, en los que daban mayor sentido a su vida. En los que llenaban todos aquellos huecos con una argamasa de felicidad que nunca antes había experimentado. Creo que el amor parte de la admiración, a todos aquellos que amamos les admiramos en algún sentido. Y ella era la persona que más admiraba. Por tanto era la persona que más amaba.
Lloró tantas noches y durante tanto tiempo que su alma se desangró. Antes de ella apenas recordaba sus sueños, pero tras perderla cada noche soñaba que la tenía. El momento de despertar suponía el choque con la realidad, caer desde muy alto contra el duro suelo. Antes de dormirse rogaba cada noche para que al despertar se le hubiese concedido una segunda oportunidad y despertarse en el pasado. Pero siempre despertaba dolorido contra la realidad. La vida nunca le había parecido tan cruel como decía la gente. Ahora se percataba de que lo era, y mucho más. Por muy fuerte que cerrase los ojos rogando a cualquier ser superior, siempre desperaba solo, notando las espinas pinchando en su pecho y en su estómago. Tenía el alma desgarrada.
Siempre había sido un segundón, el colega chistoso del protagonista de la peli. Un perdedor. Pero ella era su objeto de deseo, el primer premio, el nobel del amor. Por eso se hizo adicto. Lo hacía reír, tenía las mejores conversaciones y sabía un poquito de todos los temas. Además era preciosa, la condenada. ¿Cómo no iba a amarla?
Una nóche volvió a quedarse dormido con los ojos humedecidos por las lágrimas, y soñó. Soñó con un escenario vacío, donde hicieron el amor entre guitarras y botellas vacías de Jack Daniel's. El porrito de después tenía una yerba cultivada en el mismo paraíso, o a lo mejor le supo así por fumarlo con ella, que entre calada y calada lo impregnaba del dulce néctar de sus labios. Besó sus finos hombros desnudos y acarició su pelo, sin querer despertar. Y lo consiguió. Ya nunca despertó.

lunes, 1 de junio de 2009

Llovía


Hace ya muchos años, el que quizá considero el mejor profesor que he tenido jamás, más que nada por su influencia en mí, me dio un importante consejo a la hora de escribir. La primera frase que escribas para cualquier texto, desde un relato corto hasta cada capítulo de una novela extensa, debe enganchar al lector. Debe causarle una mezcla de curiosidad y expectación, una necesidad de seguir leyendo. Tachó la infantil frase con que empezaba mi redacción y la sustituyó por una simple palabra, y aún así el efecto que provocó en mí fue abrumador. Reescribí todo lo demás con un estilo completamente nuevo para mí, y aquella redacción estuvo colgada en la pared de la clase el resto del año.
Con los años he aprendido más trucos que me son necesarios a la hora de escribir, como encender un cigarrillo. Esas profundas caladas permiten ordenar mis pensamientos y plasmarlos de manera mucho más efectiva en el papel o en la pantalla.
Lógicamente ni soy escritor ni lo pretendo, pero para mí es muy gratificante cuando las personas que más aprecio en mi vida leen mi blog y me dicen lo mucho que les gusta mi estilo. No son críticos literarios, pero sus opiniones son más importantes para mí de lo que podría ser la de una revista literaria. Mis pensamientos los escribo para mí más que para nadie. Son mis alegrías, mis miedos, mis penas, las espinas que llevo clavadas en el corazón. Y dentro de muchos años, cuando lea todas estas mis "tonterías", poder ver desde otro prisma mis aventuras y desventuras. Igual que hoy he recordado aquella palabra que me enseñó a escribir de una manera más interesante. Aquella palabra fue "llovía". Y con aquellas gotas empezó todo.