
Eran ya más de las doce de la noche y seguía lloviendo a ratos. Los teloneros, grupitos sin experiencia, tenían miedo a salir. Lógicamente agua y electricidad no hacen buenas migas. Pero la Fuga es un grupo que no se achica, que se hace querer, que viene a recordarte porque te tatuaste una luna hace ya años. Salieron con fuerza, no a ganarse la vida sino a jugarsela. Para estos cántabros con acento gallego no hay concieto pequeño, les da igual 5000 personas en una plaza de toros que ¿unas 800? porque no éramos muchos más anoche. Es más, es en estas situaciones cuando ellos se crecen. Se vuelven memorables. Se vuelven épicos. Todo era perfecto, la luz, el ritmo del concierto, el orden de las canciones. No se pasaron con las nuevas, error que cometen muchos grupos mucho más grandes.
No sé cuánto tiempo estuvieron allí arriba, perdí la cuenta de cuántas veces se fueron y volvieron, la gente quería más. 800 presos en una explanada del puerto, los 8oo, de alante a atrás, saltando, gritando y con las manos en alto. Éramos pocos, pero estábamos entregados. Dice Naza que vio la última canción desde mis hombros que saltaban hasta los del bar.
En fin, recuperaron un viejo amor, el mío, olvidado en el tiempo. Fue como volver a ver a aquella antigua exnovia y volver a hacer el amor con ella. Y demostraron que son grandes. Entraron en la gran liga, sin nada que envidiar y mucho más que entregar que muchos grupos legendarios. Se han hecho mayores cantando a los bares, al cabrón del sol, a los despertadores, al morón. Y a la luna. Gracias.
P.D. Menudo regalo de cumpleaños, hostia. Gracias, Naza.
